SENDERO TRANSPERSONAL

INTEGRANDO PSICOLOGIAS DE ORIENTE Y OCCIDENTE

Bienvenidos al blog!

La Psicología Transpersonal o Integral, es un enfoque terapéutico que apunta a que el ser humano alcance niveles óptimos de salud psicológica, dándole importancia a la expansión de la conciencia.

Se trata de un acompañamiento terapéutico para que la persona aprenda a observar sus patrones mentales, sus creencias, que son la causa del malestar, que aprenda a desidentificarse de sus contenidos mentales, a trabajar con sus emociones saludablemente, que aprenda a hacerse responsable de sí misma, de sus relaciones, de sus experiencias, sin culpabilizar al entorno, a la vida por lo que le sucede, comprendiendo que la adversidad, es una oportunidad de cambio y desarrollo personal.

Capacita al paciente para que aprenda a satisfacer de una manera saludable sus necesidades a todos los niveles: físico, emocional, mental, espiritual, aprendiendo a conectar con la dimensión trascendental; todo ello conlleva a una integración de su personalidad y a alcanzar niveles superiores de salud psicológica, para luego poder trascenderla y conectar con la esencia.

Se toman en cuenta los problemas, dolencias particulares que empujan a la persona a una consulta y se las trabaja e integra, pero el enfoque principal de la Terapia Transpersonal, que la hace diferente y más abarcativa que otras terapias psicológicas (integra psicologías de oriente y occidente) es el de capacitar a la persona para que aprenda a conectar con sus propios recursos internos y permita desplegarse sin temores al proceso de crecimiento natural.

La terapia utiliza diferentes técnicas que se adaptan a las necesidades del paciente y a su estado de consciencia, integrando los niveles físico, mental y emocional (ego) y luego trascendiéndolo hacia los valores superiores, como la compasión, el amor a los demás seres vivos, el sentido de la propia vida, el desarrollo de la creatividad, etc., favoreciendo cambios en su nivel evolutivo.

lunes, 1 de abril de 2013

La crisis en el trabajo interior


  
A medida que profundizamos un poco más en nosotros, nos encontramos con que muchas cosas que antes nos ilusionaban ahora de repente nos damos cuenta de que son niñerías y esto nos obliga a cambiar nuestra escala de valores. Cuando esto lo descubrimos de un modo claro, definido, apenas presenta problema si realmente estamos decididos a proseguir nuestro camino cueste lo que cueste.

  El verdadero problema surge cuando apunta la nueva etapa, pero aún no estamos establecidos en ella. Cuando estamos a punto de llegar a un nuevo estado pero todavía no hemos llegado a él, porque entonces nos damos cuenta de que tal circunstancia o situación, la que sea, nuestro círculo social de amigos, nuestras costumbres y aficiones a las que hasta ahora hemos estado muy adheridos, están amenazando ya en desligarse y perder todo interés. Y esto sí que a veces produce miedo, perplejidad y vacilación por nuestra fuerte identificación con todo ello.

 Debemos darnos cuenta de que cada vez que sintamos estos miedos y estas dudas es que progresamos. No hemos de ver estas crisis como algo negativo, sino como puntos de referencia positivos de nuestro avance. Si no progresáramos no aparecerían miedos nuevos ni nuevas inquietudes. Desde este punto de vista cada vez que nos encontramos mal es que vamos bien, porque al fin y al cabo para seguir encontrándonos como ahora no valía la pena movernos de sitio.

  Siempre que hay un trabajo de profundización, un ensanchamiento de conciencia hay también algo que cae, algo que se suelta. Puede ser que a veces se perciba antes lo que se suelta que el nuevo estado interior que se encuentra detrás.
  Si primero se percibe lo positivo, estupendo, ya que lo antiguo cae como una fruta madura, sin ningún esfuerzo, como el adolescente se desprende con naturalidad de los juguetes que le apasionaban unos años atrás.
   Pero cuando primero uno siente que aquello va a caer y todavía no vive lo que hay detrás, el nuevo estado subjetivo, el grado de iluminación correspondiente, entonces es inevitable que sufra la crisis como algo intenso y doloroso.
 En esos momentos es cuando uno ha de aprender a tener discernimiento y serenidad, y darse cuenta de que siguiendo el trabajo, a pesar de todo, descubrirá al fin el poco valor y consistencia que tiene la costumbre antigua a la que aún tan fuertemente se agarra.

  Hemos de ver claro que en el trabajo interior vamos a ganar. Y a ganar no ya los objetos o las situaciones a que estamos adheridos, sino precisamente lo que vamos buscando, lo que estamos poniendo de valor en aquello. Porque siempre, de un modo o de otro, buscamos en cualquier cosa mayor plenitud, mayor satisfacción, mayor realidad. Y esto es precisamente lo que encontramos de un modo real y permanente. Por eso es importante que aprendamos a ver las crisis como amigas, como indicadoras de nuestro adelanto; nunca como barreras ante las que uno retrocede.

  Es evidente que todos las encontraremos en nuestro trabajo. Pero es que si no las encontramos porque trabajamos, las encontraremos igualmente porque la vida nos las impondrá. Y más vale que aprendamos a ir por nuestro pie y por la vía positiva de ir descubriendo lo bueno que se oculta detrás de todas las formas y de todas las apariencias, que no que la vida nos arranque las cosas de un modo violento en su sereno pero inflexible devenir.
                                                                Antonio Blay

La presencia en el dolor


  


  Tendemos a rechazar el dolor, huir de él y a buscar el placer…solemos temer al dolor y nos resistimos a él, intentando a toda costa eliminarlo, o distrayéndonos para no sentirlo, no nos han educado a escuchar el cuerpo, es mas, muchas tradiciones espirituales hasta pretenden negarlo, no darle importancia, cuando es por medio de nuestro cuerpo que podemos acceder a los mensajes que el alma tiene para nosotros, el síntoma es una guía preciosa, valiosa de que es lo que “no anda bien” en nuestro interior, un mensaje que si no logramos descifrarlo, a veces va  a peor, originando un sin número de enfermedades ….

  Nuestro comportamiento reactivo, nunca resuelve el dolor, el malestar. Echamos a correr en la dirección opuesta, alejando nuestra atención de la zona en que experimentamos el dolor, hacemos todo lo que está a nuestro alcance para aniquilar nuestra conciencia de esta experiencia con pastillas, alcohol, etc. Intentamos resistirnos a la experiencia y reprimirla mediante algún tipo de control y de sedación.
  Pero este comportamiento reactivo, nunca resuelve el dolor, simplemente lo reprime y pospone para otro momento.
  Inevitablemente el dolor o malestar reaparecerán posteriormente y seguirán intentando captar nuestra atención, o aparecerán bajo otro aspecto en cualquier otro lugar.

  Podemos transformar  el dolor, podemos escuchar sus mensajes, podemos aprender a escucharnos y buscar la coherencia entre lo que pienso, siento y hago.

  A medida que crecemos y nos convertimos en adultos educados, “condicionados”, aprendemos a no escuchar, no le damos tiempo a nuestro organismo para que pueda procesar el dolor de una manera natural, al resistirnos al dolor o buscar erradicarlo sin más (lo cual no significa que no podamos tomar un medicamento, o alguna terapia para aliviarlo…), no le damos la oportunidad de transformarlo.
 El dolor es un síntoma, una señal de alerta acerca de un fenómeno másprofundo.   Tenemos que tomar la decisión de enfrentarlo y escuchar lo quetiene para decir y enseñarnos.

  Se trata de desaprender lo aprendido, de desandar lo andado, y aprender nuevas maneras de interactuar con el dolor, nuevas maneras de pensar, nuevos hábitos saludables, para recuperar la vivacidad, vitalidad, la salud. 


Ejercicio para aprender a estar presente en el dolor:

*  Busca una postura cómoda, puede ser sentado o tumbado, permítete sentir el dolor físico o  emocional que está presente en ti en este preciso momento.

*  Toma consciencia de tu diálogo interno, lo que te dice tu mente en este momento. Permite tus pensamientos, obsérvalos, no los juzgues, no los rechaces, observa cómo tu mente intenta evitar la incomodidad analizando, justificando, dándole un sentido.
Presta  atención a tu  cuerpo, a las  sensaciones que percibes en él y a las emociones, así como son, sin analizarlas.

*  Ubica  en qué parte del cuerpo sientes  la sensación, la emoción. Déja que suceda mientras observas los cambios que se van procesando en tu cuerpo, sólo permite y observa respirándolos, sin intentar controlar

*  Podrás sentir diferentes sensaciones, que van variando, emociones que se intensifican para luego calmarse, permítete ese sentir, sólo observando y dejándote fluir con el proceso, confía en la inteligencia natural de tu cuerpo, toma consciencia que no eres esas sensaciones, emociones, sentimientos, eres el que observa ese ir y venir, permitiendo que tu cuerpo procese….  

*  Esto puede durar de unos pocos minutos  a media hora o algo mas..
Pasado el proceso de entrar en contacto con tu cuerpo, tus emociones, etc. puedes descansar para integrar lo experimentado, puedes llevar un diario donde anotes las experiencias..  

 Para transformar el dolor  físico/emocional, se requiere presencia, atención y permitírselo. Así aprendemos a ser conscientes de los patrones de pensamiento, creencias profundas que alimentan los estados emocionales produciendo contracciones y dolores físicos.

Al estar presentes, mas rápido ocurre la transformación, mas información nos llega para poder autoconocernos y mas tomamos consciencia que somos mas que todos estos mecanismos que activan las emociones, vamos aprendiendo a salirnos de los condicionamientos, de la vergüenza, la autocondena, de los miedos…para conectar con lo que realmente somos, con nuestra esencia.

 Toma consciencia:
* ¿Quién es el que experimenta lo que está siendo experimentado?
Intenta no perder la atención a  las sensaciones del cuerpo, no tienes que cambiar nada, sólo observa….
Al hacerlo de esta manera, puedes utilizar la experiencia para conectar con la realidad, con tu Ser.
                                                            Juana Ma. Martínez Camacho
                                                               Terapeuta Transpersonal
                                                                                    Terapeuta en Biodescodificación

Sacar partido al miedo



 En la actualidad los trastornos relacionados con el miedo experimentan un incremento asombroso en Occidente. Según la OMS, la ansiedad, los ataques de pánico, las fobias o las obsesiones afectan aproximadamente a un 15% de la población y constituyen uno de los primeros motivos de consulta médica y psicológica.

 Esto sucede, paradójicamente, en una sociedad que ha alcanzado unas cotas de seguridad y esperanza de vida difíciles de imaginar hace sólo unas pocas décadas.
  A pesar de disponer de excelentes avances médicos y tecnológicos que permiten tener mayor control y protección a todos los niveles, el miedo, más que debilitarse, aparece con mayor fuerza. Cada vez son más las personas que, sin razón aparente, sufren una intensa crisis de ansiedad que rompe su sensación de tener una vida ordenada y controlada. Otras se sienten dominadas por temores irracionales sin saber cómo librarse de ellos. El miedo a menudo se infiltra en las relaciones, en el trabajo, en los proyectos futuros, turbando la tranquilidad y limitando las posibilidades personales.

¿Cuál es nuestra relación particular con el miedo? ¿Hasta qué punto nos
afecta y bloquea?
  Esta emoción, indispensable para la supervivencia, también puede arruinar la vida. Solemos relacionarnos con el miedo con desconocimiento y de manera poco eficaz. Una opción, más inteligente pero a menudo más difícil, supone mirar cara a cara lo que produce temor, a fin de comprender el miedo y aprender a afrontarlo.

  “Anatomía del miedo” indica que frente a esta emoción los animales tienen cuatro tipos de reacciones: la huida, el ataque, la inmovilidad (lo que comúnmente se conoce como “hacerse el muerto”) y el sometimiento.
 La especie humana, añade, además de estas respuestas ha incorporado una nueva: actuar como si no tuviera miedo, es decir, negarlo.
  Intentar suprimir el miedo equivale a ignorar una señal de alarma que avisa de la existencia de un fuego. Silenciar la señal no significa que el fuego deje de existir, sino que incrementa las posibilidades de que se extienda o resulte más destructivo. De igual modo, sentir miedo no supone un problema en sí, sino que más bien apunta a una dificultad que conviene abordar.

La trampa del miedo
  Sogyal Rimpoché, autor de “El libro tibetano de la vida y la muerte”, recalca que “el miedo siempre está dispuesto a ver las cosas peor de lo que son”.
  Los temores que nacen de la razón y no de un peligro real suelen gestarse en el pasado, en las vivencias negativas que un día ocurrieron, o proyectarse hacia el incierto futuro. Por eso la manera en que se responde en el presente no siempre es la más adecuada: se puede temer a algo que quizá supuso una amenaza pero ya no lo es, o bien sentirse aterrado ante un peligro inexistente.
“El miedo es un monstruo inventado por nosotros mismos que luego nos espanta y persigue. Pero en tanto construimos nuestros miedos, también tenemos la capacidad de disolverlos y superarlos”.
  El miedo hace que nos sintamos débiles, impotentes, vulnerables… Por eso la respuesta ante esta emoción suele ir dirigida a aumentar la sensación de seguridad. Cuando el peligro es real esto impulsa a protegerse, pero cuando el temor lo crea uno mismo el pensamiento suele reemplazar a la acción.

  Observarse, por ejemplo, a uno mismo o al entorno con aprensión temerosa facilita que se encuentren señales inquietantes que disparan el círculo vicioso del miedo.
 La ansiedad, como manifestación del miedo, genera intensas sensaciones como tensión, opresión, ahogo, mareo, aceleración del pulso… Cuanto más miedo producen estas sensaciones más se intentan controlar, lo que a su vez aumenta la ansiedad. Mientras que seguir la tendencia natural de evitar o huir ante lo que produce temor aporta una tranquilidad inmediata, pero con cada retirada el miedo avanza y gana terreno. Toca el miedo y se desvanecerá.

  En algún momento conviene valorar hasta qué punto los propios miedos impiden llevar a cabo lo que se desea o desarrollar las capacidades personales.
  Sean concretos o difusos, monstruosos o pequeños, todas las personas tienen algún tipo de temor. Puede tratarse del miedo a fallar, a perder el control, al compromiso, a la enfermedad, la muerte, o incluso se puede temer al propio miedo… La cuestión radica en cómo se maneja esta emoción.

  Siguiendo la famosa máxima de Abraham Lincoln, quizá la mejor manera de derrotar al enemigo sea trabando amistad con él. Como sucede en esas pesadillas en que alguien se siente perseguido y cuanto más corre más se acerca la amenaza, sólo mirando cara a cara lo que causa temor es posible romper el círculo vicioso del miedo.
  Así, al observar detenidamente qué aspecto tienen nuestros temores, cuándo aparecen o por qué resultan tan espantosos, se despejan las fantasías que se construyen alrededor de la inquietud. Es una manera de poner límites a ese monstruo informe e imponente llamado miedo. Pues al dar nombre a lo que se teme y al reconocer al miedo por lo que es: un miedo y no una realidad, parte de su poder se desvanece.

Un deseo oculto
  A menudo aquello que más se desea es lo que más atemoriza. Un hombre a quien le atrae una mujer puede sentir pavor a la hora de acercarse para hablar con ella. Querer triunfar a nivel profesional puede generar un terrible miedo al fracaso. Alguien que anhela tener más amistades quizá siente temor a mostrarse tal y como es.
Escribió el poeta mejicano Amado Nervo. Así pues, sólo cabe preguntarse: ¿qué anhelos se ocultan tras nuestros temores? Cuando el deseo sea más fuerte que el propio miedo acaso estaremos más dispuestos a afrontarlo.   Entonces el temor dejará de ser un enemigo interno para transformarse en auténtico valor.

 El País Semanal. Noviembre 2007


La sombra en las relaciones



  Es muy frecuente  que las relaciones de pareja sigan el mismo patrón, algo así como repetir ciertos rasgos,  atrayendo experiencias similares una y otra vez.
 Tal vez podríamos acercarnos al término que Jung acuñó como "sombra" para señalar aquellas partes de nosotros de las que no tenemos percepción, bien porque están latentes o bien porque han sido repudiadas. 
  Debido a que somos inconscientes de ellas, nuestro ego no las controla. Si alguna vez salen a la superficie pueden resultar perturbadoras. Entonces  nos enamoramos de alguna proyección de una parte repudiada de uno mismo. De manera que, enamorarse y  experimentar el amor loco, en esencia, es proyectar en alguien del sexo opuesto el propio Hombre interior o Mujer interior.

 Enamorarse a primera vista es "reconocer" o creerlo así en otra persona un modelo de masculinidad o feminidad ideal que uno lleva en su interior. En este sentido, las relaciones son espejos de nuestro yo. En ellos vemos, a veces dolorosamente, reflejos de partes de nosotros que hasta ese momento quizá no percibiríamos.

 De esta manera, las relaciones afectivas nos ayudan a crecer, pues nos convertimos más en aquello que amamos. De hecho tendemos a enamorarnos de cualidades que percibimos en la otra persona, precisamente porque esas cualidades son energías dormidas en nosotros que "resuenan" o son proyectadas en la pareja.

 Por ejemplo, los tipos intelectuales aprenden a darle cabida al sentimiento y la vulnerabilidad después de ser repetidamente desafiados por una pareja del tipo sensible... ó bien, los pragmáticos extravertidos llegan a respetar la intuición cuando las "corazonadas" de su pareja llegan a resultar correctas.

 En general, puede decirse que la energía opuesta, es decir la energía de la persona amada, no se "desprende", sino que es introyectada y hecha propia.
 En esta cultura suele ser muy frecuente que el hombre sea quien se quede anclado con la energía "pensante" dejando que la mujer ejerza la sensible... De manera similar cuanto más inflexiblemente terrenal y práctico sea uno de los dos, es probable que el otro se vuelva mas soñador.

 Para sanar nuestra sombra  uno no ha de "convertirse" en estas energías repudiadas, ya que quedan satisfechas con el mero reconocimiento de su existencia y respeto de su poder.
  Lo que sucede con estas energías repudiadas es que como la energía no se puede destruir, ha de ir a alguna parte, por lo que se ve empujada hacia el inconsciente, en donde se torna negativa y destructiva. Esta energía se vuelve como un proscrito que nada tiene que perder, tornándose depresiva o rebelde y, en términos míticos demoníaca.

  Esa parte de nosotros repudiadas, es como una  subpersonalidad repudiada que nos acosa hasta que es reconocida como una parte de nosotros que tiene su propia canción para cantar, su propia contribución que añadir a la plenitud de nuestro ser. Nos puede volver tensos, neuróticos, enfermos. La represión nos gasta gran cantidad de nuestra energía y nos consume y vacía.

  Existen líneas de 3 pensamiento que afirman la existencia de una correlación entre el cáncer y la represión asidua de las emociones, como si se tratase de la descontrolada manifestación física de la energía que está más allá de nuestro control.

  Un energía repudiada en nuestro inconsciente nos puede poner tan malos o por lo menos hacer que estemos tan incómodos como una comida no digerida. También actúa como un imán dentro de nosotros atrayendo experiencias molestas.

  Ejemplo, una mujer que ha reconocido su propio poder, no atraerá las mismas atenciones indeseadas como lo haría su hermana no liberada, cuyos inconscientes mensajes de "hembra desvalida" atraerán a muchos predadores.
  Por lo tanto,  no debemos negar dichas partes, debemos reclamar esas energías repudiadas, esas partes de nosotros y también honrarlas en vez de repudiarlas, creando de ese modo, más "cabezas de turco".

  En una relación de pareja, podríamos aprender a reconocer las partes de uno mismo que han sido repudiadas  reconociendo aquellas cualidades identificadas por los miembros de la pareja como el elemento que les resultó más atractivo de su compañero mutuo. Suelen ser las mismas que más tarde se convierten en motivo de conflicto.

  Ejemplo, el hombre que se sintió atraído por la cordialidad empatía y sociabilidad de su esposa, por ejemplo, la puede calificar más tarde como vulgar, entrometida y frívola. La mujer que admiraba la formalidad prudencia y seguridad que le ofrecía su marido puede censurarlo luego como insulso, aburrido y opresivo. Los rasgos más fascinantes y maravillosos de la pareja terminan convirtiéndose en las cosas más horribles y espantosas.  La cualidad sigue siendo la misma, pero más pronto o más tarde, termina adoptando un calificativo completamente opuesto.

  Para averiguar este supuesto, podríamos preguntarnos, ¿Qué fue lo primero que les atrajo al uno del otro? ¿qué creen que les hizo especiales a los ojos de su compañero? Tengamos en cuenta que la identificación proyectiva entre los amantes es la base de la confusión.

 La identificación proyectiva constituye un mecanismo mental muy difundido, complejo y destructivo que consiste en proyectar aquellos aspectos negativos y enajenados de la propia experiencia interna sobre la pareja y, luego percibir esos sentimientos disociados como si procedieran de ella. 
  Las proyecciones suelen ser intercambios, transacciones pactadas por ambos miembros de la pareja de aquellos 4 aspectos reprimidos de su propio yo. A partir de ese momento cada uno ve en la pareja lo que no puede percibir en sí mismo y lucha incesantemente por cambiarlo. Los amantes jamás se encontrarán porque moran eternamente uno en el otro.

 A nivel sociedad y cultura global la mente y el pensamiento racional han desterrado a la esfera de la oscuridad los impulsos animales, las pasiones sexuales y la naturaleza efímera del cuerpo. Por si esto fuera poco, el advenimiento de la era científica terminó concluyendo que el cuerpo no es más que un recipiente de productos químicos. Cuerpo-espíritu. Pecador-inocente. Animal-divino. Egoísta-altruista.

 Las consecuencias de este paradigma: "el cuerpo como sombra" son la culpabilidad, la vergüenza, la pérdida de la espontaneidad, la lucha a muerte contra las enfermedades psicosomáticas que, como consecuencia, traen un abuso de drogas y una adicción al sexo. El cuerpo es la escuela, la lección y el trampolín que nos permite acceder a reinos superiores.

 ¿Qué podemos hacer?
 Integrar.
                                                                José María Doria